La selva es un territorio en disputa (incluso en tu cabeza)

Jéssica Zambrano Alvarado |

La selva amazónica, costera y andina de Ecuador ha sido representada a través de distintas miradas, desde que los primeros exploradores se aventuraron a reconocer y registrar sus territorios. La selva siempre es un lugar distante, desconocido y —por ende tal vez— también ficticio.

En la muestra Paisaje/Territorio. Imaginarios de la selva en las artes visuales, la curadora Ana Rosa Valdez pone en tensión las representaciones más románticas de este territorio casi siempre idealizado, como ocurre con la obra de Rafael Troya. O las obras en las que se abordan los conflictos de las comunidades y pueblos que han decidido mantener su aislamiento, como ocurre en la obra de Gustavo Toaquiza, que habla del cruce de muertos que tienen las comunidades huaorani y taromenane.

Presenta obras que plantean nuevas posibilidades para recorrer este territorio intervenido por el hombre de la ciudad, como ocurre con el Grabador fantasma, de Adrián Balseca, o en las selvas hechas de pólvora que presenta el cuencano Tomás Ochoa, radicado en Colombia.

La representación de la selva en el arte ecuatoriano tiene su propia narrativa, su trama y desenlace. Las propuestas iniciales de la selva de Troya o de Luis A. Martínez miran este terreno desde un mismo punto del horizonte, como si todo estuviera intacto e infinito.

Esta mirada se contrasta con el paisaje negro del cuencano Pablo Cardoso, quien toma imágenes del explorador y pintor Frederic Edwin Church para hacer una especie de negativo del mismo sitio.

María Teresa Ponce usa en su obra Oleoducto la misma noción del horizonte fijo, la técnica de encuadre de Troya, para mirar el camino de la selva desde las intervenciones del hombre, a través de las conexiones que le sirven a las grandes ciudades para seguir creciendo, mientras el espacio de los habitantes de este territorio idealizado se achica y congestiona.

Y en medio de esta narrativa, Fernando Falconí presenta Historias y hazañas, un cuadro en el que aquella representación edulcorada de la selva se transforma en un dibujo animado. A pesar de que está basado en un texto escolar ecuatoriano parece una versión de Disney, un territorio donde las bestias salvajes son domesticadas.

El arte de la selva en tiempos de incendios

La muestra, que se inauguró el 29 de agosto de 2019 en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) pone por primera vez fuera de algunas reservas nacionales los trabajos sobre la selva que se han hecho desde el siglo XIX hasta la actualidad.

En medio de una serie de protestas porque la selva amazónica brasileña se incendia, producto de una práctica ancestral, esta muestra se inauguró para reflejar cómo ha cambiado esta mirada sobre un territorio que sigue siendo desconocido. Sin embargo, la curadora decidió excluir las propuestas de artistas emergentes que por algún “entusiasmo coyuntural están representando a la selva”.

Todas las obras seleccionadas ya existían. Su proyecto acerca de las miradas sobre la selva surgió en 2016, tres años después de que el expresidente Rafael Correa anunciara la explotación de un campo petrolero del Yasuní, alegando que “el mundo nos ha fallado”.

El colectivo Yasunidos se contactó con Valdez, así como con otras personas vinculadas a las artes, para establecer vínculos y un discurso en contra de la explotación. Valdez, desde su condición de investigadora en artes, comenzó a indagar en lo que existía y en cómo los contextos políticos y coyunturales influyen en la forma en que pensamos a la selva.

Ana Rosa Valdez, curadora de Paisaje/Territorio

Aquella noción de Amazonía que aparece en las crónicas de los españoles hizo que el Estado cambie de nombre a la “región oriental” para que se ajustara más al relato del español Francisco de Orellana, quien en su intento de buscar los grandes bosques de canela y la leyenda del tesoro de El Dorado se encontró con un gran río y dijo haber sido atacado por unas amazonas gigantes.

Aquella idea está fijada en el palacio desde el cual se gobierna el país, en una obra comisionada a Oswaldo Guayasamín, levantada en 1960.

La idea del Amazonas ha cambiado. Más que la que se tenía en la época de la conquista, nuestro relato más cercano es el de la visión militar de la década de lo cuarenta, cuando a propósito de la guerra con Perú se adopta como eslogan nacional que Ecuador es y será un país amazónico. Aquella noción fantasiosa se filtró en la cultura.

Para Valdez todas las posibilidades de representar la selva están cruzadas con los imaginarios que se han creado de ella, en tanto que no hay posibilidades de una mirada honesta, transparente u objetiva.

“Un imaginario te atraviesa a pesar de que tú no lo tengas claro. A pesar de hacer una obra experimental, propia, son múltiples los imaginarios culturales que se revelan en trabajos como el de Guayasamín, pero también están en obras con esta poética aparentemente más subjetiva, como la de Tábara, que tiene una selva mágica, surreal, ligada a la puesta en valor del territorio latinoamericano”, señala Valdez.

En la muestra se encuentran las aproximaciones contemporáneas que hacen artistas como Balseca, quien elabora una balsa con elementos tecnológicos, a veces ya no utilizados, para navegar en la selva captando los sonidos humanos y no humanos del bosque. O la propuesta de Ángelica Alomoto, que lleva al museo una trampa de pescar elaborada con hojas de la selva.

Ramón Piaguaje es un artista secoya, originario del Cuyabeno, que recibió el primer premio del Worldwide Millennium Painting Competition, un certamen organizado por Windsor & Newton, cuyo jurado fue presidido por el príncipe Carlos de Inglaterra. Piaguaje quiere que el mundo se entere de cómo es el lugar en el que nació y, como otros, también lo romantiza.

Sin embargo, desde la selva y la ciudad se combinan propuestas más activistas como lo que hacen en Latacunga los pintores de Tigua, como Gustavo Toaquiza, quien sobre piel de borrego representa los conflictos y las matanzas de dos pueblos ancestrales, los huaorani y taromenane. La selva es un territorio siempre en disputa y esta vez las representaciones del arte pueden probarlo.

Valdez quería “reflejar tensiones entre poéticas personales y las posturas que se tienen frente al tema. A algunos les interesa manifestar un discurso, otros se afincan en el territorio del arte, el arte y la ecología científica, la historia… en la muestra se revela la heterogeneidad de posturas”.

Desde estas representaciones la selva sigue siendo una ficción, que se elabora en distintas coyunturas.

Vida en la selva, Gustavo Toaquiza